Don Juan Manuel
de Rosas no ha muerto. Vive en el espíritu del pueblo, al que
apasiona con su alma gaucha, su obra por los pobres, su defensa de nuestra
independencia, la honradez ejemplar de su gobierno y el saber que es
una de las más fuertes expresiones de la argentinidad.

Juan Manuel de Rosas nació en Buenos Aires el 30 de marzo de
1793, de padres pertenecientes a familias de ricos y poderosos terratenientes.
Se crió en una estancia de la familia, ingresó en la escuela
de Francisco Javier Argerich en Buenos Aires a la edad de ocho años.
El 12 de agosto de 1806 estuvo entre los voluntarios que formaron el
ejército que reconquistó Buenos Aires. Luego de la rendición,
Liniers lo devolvió a sus padres, portador de honrosa carta testimonial.
Cuando tuvo que elegir entre regresar a la escuela o ir a la estancia
de la familia en Rincón de López (donde los indios habían
matado a su abuelo en 1783), se decidió por lo último,
afirmando que lo único que quería en la vida era ser estanciero.
Permaneció allí durante los años plenos de acontecimientos
que siguieron a la Revolución de Mayo; fue administrador de esa
estancia en 1811 y al poco tiempo demostró poder desempeñar
con habilidad tanto las tareas del gaucho como las del control y comercialización.
En 1820, se casó con Encarnación de Ezcurra y Arguibel.
Se enfrentó con sus padres por una cuestión de honor relacionada
con su administración de la estancia de la familia, y por ello
cambió y simplificó el nombre de Juan Manuel José
Domingo Ortiz de Rozas por el de Juan Manuel de Rosas y comenzó
su exitosa carrera como estanciero independiente.
Su primera actuación oficial fue en 1818 a pedido del Director
Supremo Pueyrredón para que asumiera la responsabilidad de defender
la frontera sur de los ataques de los indios.
Logró resolver los problemas por medio de tratados con los caciques
indios a quienes conocía bien. Al año siguiente envió
al gobierno un plan para el desarrollo, la vigilancia y la defensa de
las pampas más remotas, anticipando en sesenta años la
Conquista del Desierto.
Se unió al ejército de Rodríguez en Buenos Aires
para luchar, con Manuel Dorrego, en la campaña contra José
Miguel Carrera, Carlos M. de Alvear y Estanislao López en su
oposición al gobierno de Buenos Aires.
Renunció al ejército con el rango de coronel; regresó
a Los Cerrillos y la vida de campo.
Continuó preparado, con sus gauchos y peones armados, para proteger
la frontera contra el ataque de los indios, instaló fuertes a
lo largo de la nueva línea de frontera e hizo nuevos acuerdos
con los indios, pero Rivadavia (entonces presidente) se negó
a aceptar las condiciones de Rosas.
Los indios renovaron sus ataques y Rosas, que tenía su estancia
en la frontera, se convirtió en un poderoso opositor de Rivadavia.
Para ese entonces se había hecho federal, opuesto violentamente
a los unitarios, dirigidos por Rivadavia.
Después de la renuncia de Rivadavia (1827), Rosas fue designado
comandante de la milicia con órdenes de lograr la paz con los
indios y de establecer un pueblo en Bahía Blanca. Realizó
con éxito ambos cometidos. Cuando el unitario Lavalle destituyó
del cargo de gobernador de Buenos Aires a Dorrego en 1828, Rosas se
unió a Estanislao López de Santa Fe para derrotar a Lavalle
en Puente de Márquez, el 26 de abril de 1829, y en julio Lavalle
y Rosas firmaron una tregua.
El 6 de diciembre de 1829, Rosas fue nombrado gobernador de Buenos Aires
con poderes extraordinarios; desde entonces hasta febrero de 1852 -con
la excepción del corto período desde 1832 hasta 1835-
dominó no sólo Buenos Aires, sino también las provincias.
Rosas designó un gabinete capaz, incluyendo a Tomás Guido
como ministro de Gobierno y de Relaciones Exteriores, Manuel J. García
como ministro de Hacienda y Juan Ramón Balcarce como ministro
de Guerra y Marina; una de sus primeras acciones fue celebrar un solemne
funeral por Dorrego, ejecutado por Lavalle el año anterior; luego
confiscó las propiedades de aquellos que habían intervenido
en la revolución del 1º de diciembre de 1828, que había
derrocado al gobierno de Dorrego; utilizó estos fondos para recompensar
a los veteranos de su ejército restaurador y a los agricultores
y peones que hablan sufrido grandes pérdidas en la lucha.
Rosas, que creía firmemente que una reorganización nacional
constitucional era prematura en ese momento, retiró el apoyo
de Buenos Aires; el 5 de diciembre de 1832, fue reelecto gobernador
pero no aceptó el cargo, a pesar de las súplicas del pueblo.
Juan Ramón Balcarce asumió la gobernación de Buenos
Aires pero comenzaron a surgir desavenencias entre sus partidarios y
los de Rosas; destituido por Rosas en la "Revolución de
los Restauradores", lo siguió Juan José Viamonte
(1833-1834); mientras tanto, Rosas había ido al sur de la provincia
para dirigir las fuerzas expedicionarias hacia el corazón del
territorio al sudoeste, oeste y noroeste de Buenos Aires.
Una sequía de tres años había sido desastrosa para
la pastura del ganado y era esencial conseguir nuevas tierras; con casi
dos mil hombres, Rosas empujó a los indios más hacia el
sur, abriendo nuevas tierras, destruyendo tribus de importantes caciques
que habían atacado los pueblos de Buenos Aires, matando o capturando
a miles de indios, rescatando unos dos mil cautivos de ellos y explorando
los cursos de los ríos Neuquén, Limay y Negro hasta el
pie de los Andes.
Finalmente, firmó la paz con los indios, prometiéndoles
la comida necesaria a cambio de su rendición y otras concesiones;
esta paz duró veinte años; a su regreso a Buenos Aires,
se lo aclamó con entusiasmo como héroe conquistador; la
legislatura le confirió el título de "Restaurador
de las leyes".
El 30 de junio de 1834 la Legislatura eligió gobernador a Rosas.
Rechazó el cargo una y otra vez hasta que, tras el brevísimo
gobierno de Maza, los diputados le confirieron (13 de abril de 1835)
la suma del poder público.
En 1838 Francia bloqueó el Río de la Plata , tomando la
isla de Martín García en octubre. Cualesquiera hayan sido
los motivos del agresor no cabe duda de que Rosas se condujo patrióticamente,
salvando el honor nacional. Pero debía desplegar sus energías
luchando ahora contra los enemigos de afuera y los adversarios de adentro.
En 1839 el complot de Maza acarreó a éste una trágica
muerte y el mismo año se produjo la Revolución del Sur,
abortada el 7 de noviembre. Lavalle, desde Montevideo, iniciaba sin
éxito el avance sobre Buenos Aires.
En octubre de 1840 el tratado de Mackau trajo la ansiada paz con Francia,
que resultó efímera. En 1843 Rosas sitió Montevideo
y en el mismo año se le levantó en armas Corrientes. A
continuación (la alianza de Inglaterra y Francia contra Buenos
Aires) le deparó un nuevo y amargo trago. El 20 de noviembre
de 1845 Mansilla intentó detener la entrada de la escuadra francobritánica
en una acción de características bizarras y brillantes.
Cuatro años después, un 24 de noviembre, el tratado de
paz con Inglaterra nos devolvió la isla Martín García
y el 31 de agosto de 1850 se firmó el cese de las hostilidades
con Francia.
En 1851, Justo José de Urquiza de Entre Ríos, uno de los
generales más importantes de Rosas, anunció su intención
de derrocar al Restaurador. Con la ayuda de los unitarios, las fuerzas
de Rivera, el Brasil (contra el que Rosas había luchado por el
Uruguay) y la mayoría de los caudillos provinciales, las fuerzas
de Rosas fueron vencidas en la batalla de Caseros: el 3 de febrero de
1852.
Rosas, con su familia, fue llevado a Inglaterra en un barco inglés.
Se estableció en un pequeño pueblo de Inglaterra (Swarkling)
cerca de Southamptom, donde vivió durante veinticinco años.
Falleció el 14 de marzo de 1877 y fue enterrado allí.
En 1990 se repatriaron sus restos a la Argentina y se colocaron en el
cementerio de La Recoleta
Don Juan Manuel de Rosas no ha muerto
Vive en el espíritu del pueblo, al que apasiona con su alma gaucha,
su obra por los pobres, su defensa de nuestra independencia, la honradez
ejemplar de su gobierno y el saber que es una de las más fuertes
expresiones de la argentinidad. Vive en los viejos papeles, que cobran
vida y pasión en las manos de los modernos historiadores y que
convierten en defensores de Rosas a cuantos en ellos sumergen honradamente
en busca de la verdad, extraños a esa miseria de la historia
dirigida, desdeñosos de los ficticios honores oficiales.
Y vive, sobre todo, en el rosismo, que no es el culto de la violencia,
como quieren sus enemigos o como, acaso, lo desean algunos rosistas
equivocados. Cuando alguien hoy vitorea a Rosas, no piensa en el que
ordenó los fusilamientos de San Nicolás, sino en el hombre
que durante doce años defendió, con talento, energía,
tenacidad y patriotismo, la soberanía y la independencia de la
Patria contra las dos más grandes potencias del mundo. El rosismo,
ferviente movimiento espiritual, es la aspiración a la verdad
en nuestra Historia y en nuestra vida política, la protesta contra
la entrega la Patria al extranjero, el odio a lo convencional, a la
mentira que todo lo envenena. El nombre don Juan Manuel de Rosas ha
llegado a ser hoy, en 1940, lo que fue en 1840: la encarnación
y el símbolo de la conciencia nacional, de la Argentina independiente
y autárquica, de la Argentina que está dispuesta a desangrarse
antes que ser estado vasallo de ninguna gran potencia. Frente a los
imperialismos que nos amenazan, sea en lo político o en lo económico,
el nombre Rosas debe unir a los argentinos. Estudiemos su obra y juzguémosla
sin prejuicios. Y amémosla, no en lo que tuvo de injusta, excesiva
y violenta, sino en lo que tuvo de típicamente argentina y de
patriótica.
Fuente:
Gálvez, Manuel - Vida de don Juan Manuel de Rosas. T III. p.924.
Ed. Arg.1974
Oscar J. Planell Zanone / Oscar A. Turone – Patricios de Vuelta
de Obligado.
Ver también: http://es.metapedia.org/wiki/Juan_Manuel_de_Rosas
Patricios de Vuelta de Obligado
Fuente: PyD |
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