Mapa del sitio


Fuente: Agencia CNA
08/09/08

 

La hipocresía de la clase política argentina  

Los políticos en la Argentina en su gran mayoría, suelen tener actitudes hipócritas en cada una de sus manifestaciones y actos. Por qué la clase política acostumbra ser hipócrita a la hora de ganar votos entre la ciudadanía, y por qué los argentinos ven como normal este tipo de actos que en definitiva, perjudican a nuestro país.

“No se puede ser y no ser algo al mismo tiempo y bajo el mismo aspecto”

Aristóteles (384 AC- 322 AC )

El diccionario de la Real Academia Española, define a la hipocresía como el “fingimiento de cualidades o sentimientos contrarios a los que verdaderamente se tienen o experimentan”. Lamentablemente debemos decir que nuestro país se ha acostumbrado en los últimos años a escuchar de boca de su clase dirigente la mayor cantidad de frases, que desvelan en el fondo, una profunda hipocresía y la falta de sentimientos hacia sus congéneres.

En épocas de campaña electoral vemos cómo los partidos políticos nos inundan con mensajes con las “soluciones” que dicen tener para los problemas más urgentes de la población, y que una vez terminadas las campañas y llegados al poder, se olvidan de todas las promesas preelectorales que habían realizado y piensan más en el bien particular que en el general. En la Argentina hemos estado llenos de personajes que decían que una vez en el poder iban a hacer una cosa, cuando en realidad pensaban otra bien distinta, pero que en épocas de campaña decían lo contrario a lo que pensaban, por el solo hecho de ganar unos votos más que lo catapultaran al poder.

Si hacemos una pequeña reseña de la historia más reciente de la Argentina , veremos cómo la hipocresía ha reinado en la boca de todos aquellos que han estado en el poder, conduciendo los destinos del país. Desde la época de la terrible dictadura vivida de 1976 a 1983, pasando por el retorno a la democracia allá por 1983, hasta llegar a nuestros días, la hipocresía está latente en la clase política argentina, haciendo de este hecho, uno de los peores males que aquejan a nuestro país para su crecimiento.

Sin ir más lejos, podemos ir a los años de plomo, cuando la dictadura militar reinante, sacó una campaña publicitaria para contrarrestar las denuncias por violaciones a los derechos humanos que se hacían en forma cotidiana en el exterior contra la Junta Militar , con el trágico lema de “Los argentinos somos derechos y humanos”, cuando en nuestro país asolaban los campos de concentración en unidades militares, donde se torturaba, violaba, mataba y robaba chicos en forma sistemática.

Y si seguimos haciendo memoria sobre la época más nefasta que vivió la Argentina en su historia, podríamos remarcar lo que dijeron funcionarios de la dictadura como José Alfredo Martínez de Hoz, cuando en 1980 afirmaba que “la gente nunca tuvo más plata que ahora”, o cuando Lorenzo Sigaut en 1981 inmortalizó la frase “el que apuesta al dólar, pierde”, en medio de una terrible corrida bancaria que vivía nuestro país, ó la del ex presidente de facto Leopoldo Fortunato Galtieri que en 1981 expresaba que “las urnas están bien guardadas”, arrogándose el derecho a la inmortalidad de la dictadura de la cual él era parte.

Ya en democracia hay muchas frases y gestos que quedaron en la historia por la hipocresía reinante en las mismas. Podemos decir por ejemplo la que dijo Raúl Alfonsín en la Semana Santa de 1987, cuando luego de entrevistarse con los militares que estaban sublevados contra el orden civil en campo de Mayo, afirmó con el ya famoso “Felices Pascuas, la casa está en orden”, cuando en realidad nada estaba en orden y semanas más tarde la población acudía atónita a la Ley de Obediencia Debida que dejaba sin juzgar miles de crímenes cometidos durante la última dictadura.

Ya en gobierno de Carlos Menem, cuando asolaban las denuncias por corrupción, el ex presidente manifestaba que “no titubearemos en bajarle la caña sin contemplaciones a quienes hayan entrado en el terreno de la corrupción", o cuando se empezaba a hablar de una posible reelección en el año ´95 sostenía que “no tengo aspiraciones de ser reelegido en 1995” . O las ya famosas frases de funcionarios suyos como Domingo Cavallo cuando lloró frente a los jubilados que ganaban 150 pesos por mes, y a los pocos días aseveraba sin ponerse colorado que necesitaba “10.000 pesos para llegar a fin de mes”; o cuando María Julia Alsogaray sostenía en 1993 que “en 1.000 días, vamos a poder tomar agua del Riachuelo”.

Más recientemente y en medio del “Corralito”, el ya citado Cavallo alegaba que en la Argentina “tenemos convertibilidad por 6 décadas más”, o cuando en enero del 2002 el ex presidente Eduardo Duhalde declaraba que “los depósitos serán devueltos en la moneda en que fueron hechos”. También quedarán en la memoria de muchos cuando el actual titular del PJ, Néstor Kirchner, le entregaba la banda presidencial a su esposa el pasado 10 de diciembre, y al salir del acto sostenía a algunos medios presentes en el lugar que “me voy a ir a un café literario”, cuando se le preguntaba sobre lo que iba a hacer de ahora en adelante, ya fuera de la primera magistratura.

Como se ha visto en este pequeño racconto que hemos hecho en los párrafos anteriores, la hipocresía ha contaminado el discurso político de la Argentina de hoy, donde se dice una cosa, cuando en realidad se quiere decir todo lo contrario, pero que por conveniencia política no se lo dice, por miedo a la sensación que eso puede tener en la población. La hipocresía parece estar inmersa en el interior de cada uno de los políticos que nos representan en la función pública, que quieren aparentar algo que no son, y sabiendo que lo que realmente piensan está mal o hace daño a la mayor parte de la sociedad, lo ocultan hasta el momento de llegar a la cúspide, en el cual sacan a relucir su verdadero ser.

Gran parte de la culpa de tener una clase política hipócrita es de los mismos ciudadanos, que a la hora de votar no castiga a aquellos que hicieron de la hipocresía una forma cotidiana de vivir. Si se los castigara frecuentemente a estos personajes, seguramente la Argentina no sufriría tanto como lo que ha venido sufriendo en las últimas décadas, donde la verdad se ha desdibujado de tal manera, que es difícil encontrarla.

La naturalidad con que gran parte de la ciudadanía argentina asume estas acciones de los funcionarios públicos, es difícil de comprender en el resto del mundo, donde actitudes contrarias a lo que se dijo en épocas de campaña electoral, son castigadas en las próximas elecciones, donde resultan humillantemente derrotados aquellos que mintieron a la sociedad para conseguir un fin. Recordemos sino lo que le sucedió a José María Aznar en el marzo del 2004, cuando salió a decir públicamente que los autores del atentado a la Estación de Atocha había sido la organización terrorista vasca ETA, cuando ya tenían indicios claros de que habían sido terroristas de Al Qaeda, y el electorado español castigó esa mentira en las urnas, dándole el triunfo al socialista José Luis Rodríguez Zapatero, en detrimento del oficialista Mariano Rajoy.

Para que reine la hipocresía en la clase política de nuestro país, tiene que haber una sociedad que asimile estas acciones como naturales sin darles el castigo que realmente se merecen, por ir sencillamente en contra de los buenos actos. La sociedad argentina tendría que aprender de estas sociedades el castigo que se les da a aquellos que mienten y hacen de la hipocresía su principal arma política.

Por eso, se hace imprescindible un cambio en la mentalidad de la sociedad argentina, para que de esa manera también cambie la mentalidad de nuestra clase política, ya que los políticos son el fiel reflejo de la sociedad en la que viven. Si la sociedad cambia, la hipocresía se destruirá por sí misma, pero si se sigue como hasta el momento, los hipócritas se seguirán alimentando y la decadencia argentina irá en aumento.

 

Si quiere dejar su opinión puede enviar un e-mail a:
info@malvinense.com.ar

COPYRIGHT (c) 2008 EL MALVINENSE. Todos los derechos reservados. Capital Federal-Buenos Aires-Argentina.
Se permite la reproducción mencionando la fuente (El Malvinense)